Croker

Este café me gusta porque cuando lo vez desde afuera, es un escenario perfecto para filmar un escena de una película de los años ochenta, esas locaciones que se encuentran alejadas de la zona urbana, ubicadas en alguna ruta abandonada. Ese lugar me genera esa sensación.
Tiene unas puertas de vidrio, que si mal no recuerdo son puertas corredizas. Cuando entras las sillas son de madera pero revistadas de un plástico de color entero, en este caso celestes algunas, otras blancas, y otras de un verde agua, muy pastel. Un lugar viejo, anacrónico, ubicado en plena avenida. Las mesas, algunas, tienen como un plástico que las cubre, con los servilleteros vacíos, la iluminación es blanca y encima muy tenue, entonces digamos que se deja ver más la luz natural que entra.
La atención es austera, básica y elemental. No hay mucho para pedir, sin embargo es asombroso como la gente que se sienta (clientes asiduos) se encuentra tan cómoda, con caras de satisfacción. Gente vieja por lo general: señores que se piden un te con algún sanguchito, toman el diario y se sientan a leer. Es un lugar que habla por sí sólo. Interesante para sentarse un día y hacer un observación de lo que sucede ahi adentro, que en apariencia es una dinámica muy estanca y monótona, pero no, nada que ver, más bien habla mucho.