El aire bohemio de Café Montserrat ensambla perfecto con el barrio. Me descoloca un poco la electrónica que suena en la radio, pero salvo eso, es otro de los característicos e inconfundibles cafés porteños. Con mesas y sillas viejas de madera, olor a lomito, donde el cortado y la birra son lo que sale a troche y moche. Es un poco oscuro pero la iluminación genera el clima de bar permanente. Hay un lindo rincón con libros, cuadros de tango y fotos de Gardel, porque a la noche Montserrat explota su faceta musical con unos buenos shows en vivo. Al mediodía/tarde hay una sola camarera pero alcanza para todo el salón. La mina tiene una agilidad envidiable, de un lado a otro encargándose de que todo esté limpio y ordenado, y mientras tanto te prepara el pedido y te lo trae de toque. La batería de mi laptop no encajaba en el enchufe y me buscó un adaptador sin ningún drama. Buena predisposición. Hay wifi pero no anda muy bien. Los platos de cocina son todos los básicos de minutas que ya conocemos, y para los dulceros, además de medialunas grosas venden pastelería de la marca Amaratotto, como brownies, pasta frola, mini budines, alfajorcitos de maicena o chocolate. Los que vienen en tamaño «torta»(un poco más chica de lo que te estás imaginando, pensá que viene envasado) están a $ 12 y los bocados a $ 8. Para acompañar un café está bien. Recomiendo venir más que nada a la noche a ver alguna bandita de blues, jazz o tango mientras te tomás una cerveza bien fría.