Soy historiador y nunca voy a negar la «cruz de mi parroquia»: me encanta el olor antiguo de las cosas viejas, y tengo una especie de radar para detectarlo mientras voy paseando por ahí. Las tiendas de cosas viejas suelen estar tan amontonadas que no se puede ni caminar bien sin golpearse un poco con el pasado, como si las cosas exigieran que les hicieramos caso llamando nuestra atención por medio de dolorosos y puntiagudos golpes en la espinilla. Más de uno me di en esta tienda, pero mientras no rompas nada y te lo cobren, tú golpeate con todo y vive la experiencia de la tienda de antigüedades. Además de los muebles, me encontré con un montón de figuritas, unas que parecían sacadas de una iglesia y otras que me hicieron pensar en que seguramente mis abuelos jugaron con alguna de ellas en su lejana infancia. Ven a viajar en el tiempo.