Al menos tres o cuatro veces por semana(no siempre, debo reconocerlo) acudo a este parque a realizar ejercicio y a despejarme un poco durante las mañanas. El lugar en sí nunca deja de tener vida: desde temprano mucha gente acude a ejercitarse a los aparatos de gimnasia que ahí se encuentran, otros utilizan la pequeña pista para correr, trotar o andar en patines. Disfruto doblemente la estancia porque durante las mañanas hay clases de zumba y ritmos variados, cuya música siempre me pone de buenas. Además la energía que irradian los que bailan siempre se contagia. Y mientras uno hace sus rutinas y se la pasa moviéndose de un lado a otro, puede encontrarse con los perritos que salen a pasear y a estirar las patas por las mañanas. La seguridad es plena, justo a un costado hay un módulo de policías, así es que por ese lado no hay mayor problema. El problema es levantarse temprano para ir a ejercitarse… Ustedes entenderán. A veces voy al parque por la tarde-noche y el ambiente, aunque igualmente vivo, es más infantil: las mamás llevan a sus hijos a gastarse las últimas energías sobrantes del día. Me siento en una banca, abro mi libro y ahora la música de fondo son las risas, los gritos, de vez en vez uno que otro llanto; las madres tratando de convencer a sus niños que«la última vuelta y nos vamos». Disfruto mucho visitarlo, aunque no sea toda la semana, aunque me cueste trabajo levantarme temprano para alcanzar la clase de zumba de las ocho.