Di con la Dra. Esther(Teté, pa’ los cuates) gracias a la recomendación de una amiga, quien bien decía: prácticamente ni te enteras de que te sacó una muela, de ser necesario por supuesto. Es cirujana odontóloga con especialidad en odontóloga cosmética y odontopediatría. No sé si por la recomendación, pero la empatía se dio de inmediato y eso calmó mi ansiedad inicial a pesar del recordatorio de mi amiga con aquello de «cero dolor». Me revisó y planeamos una segunda sesión, pero antes de eso ocurrió algo inesperado. En una fiesta con los amigos de mi hija, me apunté a una carrera de relevos. A punto de echarme a correr tomé impulso y uno de los niños, entre la algarabía de la carrera, sin querer puso su pie frente al mío y… ¡adiós Nicanor! Fui a dar a los pies del chamaco al que relevaría. Me dolió más el orgullo pero una sensación extraña en la boca me decía que algo faltaba ¿o sobraba? Un cacho de diente bailaba entre mi paladar y la lengua. Estaba roto y mi vanidad también, pues la Chimoltrufia se veía guapa junto a mi accidentado aspecto. La hinchazón de la boca y parte de la cara duró más de lo que hubiese querido, pero sonreír con naturalidad fue el mayor trance a superar. Teté lo resolvió y hasta le dio una manita de gato al diente vecino. Eso sí, me advirtió que por unos días debía abstenerme de alimentos crocantes o en su defecto triturarlos con los colmillos y muelas, pero… Unos tacos dorados se atravesaron por mi camino y, obviando al tanteo la cuenta de los días de abstinencia, no pude negarme ante ese manjar crocante que la vida me ofrecía. Sí, ya sabrán, casi me trago mi renovada reparación aunque fue del diente vecino. Otra vez, Teté lo resolvió devolviéndome el diente, la vanidad, la sonrisa y el orgullo.