Ciclotécnica

Hace unos días, la cadena de mi bicicleta se rompío sin dar mayores explicaciones, en mitad de un paseo de sábado. Pocas cosas tan odiosas como un mediodía en donde tu medio de transporte se rebele contra ti y todos tus planes. Las nuevas generaciones suelen confiar más en las bicicletas que en las motos y en sus propios pies, argumentando razones de salud. Yo no comparto las razones de su fe: cada semana me entero de algún ciclista accidentado o muerto, y de una bici descompuesta o robada. Y sin embargo, pocas cosas disfruto tanto como pedalear por estas calles llenas de cafres y de peatones distraídos.
Una ciclista se detuvo a preguntarme qué me pasaba y me recomendó un lugar, a unas cuantas cuadras de mi accidente: Ciclotécnica. Se trata de un pequeñísimo taller, en donde un par de cuarentones sumergen todo el tiempo cámaras de llanta en agua, engrasan tuercas, calibran frenos o lo que sea a lo que se pueda hacer dos hombres dentro de un taller de bicicletas. Me vendieron una cadena nueva, la instalaron en diez minutos, por un precio irrisorio. Al terminar, me sentí como un viejo caballero andante, loco y confundido, a punto de volver a enfrentar a esta ciudad desquiciada a bordo de un jamelgo enjuto y frágil.