Todos tenemos un lugar donde sabemos que podríamos cenar hasta hartarnos. Ese lugar al que sólo vamos muy de vez en cuando para no romper la magia y la dieta. Éste es el mío. He probado hamburguesas en casi cualquier rincón de la ciudad, y la verdad no hay como las de aquí. El negocio no es la gran cosa, digo, sí tienen algunas mesas y la vista no es mala, pero honestamente no es para quedar bien. El único pero que le pongo es la atención. La última vez que fui, hace un par de semanas, la señora se confundió con las órdenes y se dispuso a atender a alguien que llegó mucho después que yo. Cuando le hice ver el error, prácticamente me culpó a mí sobre eso. Bueno, supongo que es parte del encanto del negocio: no deja de ser un carrito de hamburguesas al carbón afuera de una tiendita. Hacen unos hot dogs gigantes que qué barbaros, y la hamburguesa hawaiana es de otro mundo. Pidan todo.