Panadería Montes

Soy un aficionado al pan y, por lo mismo, mis juicios suelen ser demasiado severos si hay algún, aunque sea el más mínimo detalle que no me guste y aquí encontré uno de esos.
Todo parecía indicar que las cosas sabrían muy bien cuando olfateé el aroma a concha recién horneada desde media cuadra antes. Nunca me puedo resistir, soy como un perro en una carnicería. Así que entré, pero las conchas todavía no se podían servir porque acababan de salir y se romperían, entonces tuve que escoger otro pan: una especie de bollito azucarado.
Todo bien, pagué y salí. A la primera mordida me decepcioné cuando vi que ésta es una de esas panaderías que optan por ponerle mantequilla y colorante amarillo a partes iguales a su pan. Yo no caí en la trampa porque no me gustó y menos me agrada que me traten de engañar con que porque se ve amarillo ya está más dulce o más lo que sea… A otro con sus panes.

Entre aquí por que vi salir un pastelote que se veía muy sabroso y que decía «felicidades Erick!» y la verdad pensé que él era un tipo afortunado. Por los colores y por la figura que tenía el pastel supuse que Erick era un niño al que probablemente le iban a dar varios regalos muy cool y el típico regalo de ropa que a ningún niño le gusta.
Dentro de la panadería me encontré con un local muy tradicional, con sus repisas hechas de tubos y con una gran cantidad de panes. Los que atienden son todos miembros de una familia y la verdad eso me dio gusto. Al final salí con una dona, un panquecito y con la promesa de aquí pedir el próximo pastel de cumpleaños que necesite.

Los panes que hacen en esta panadería son de los más ricos, el otro día pasé por afuera de este lugar y me cayó el 20 de que nunca había entrado, había probado los panes desde que era niña, pero nunca me había dado el tiempo de conocer la panaderíà la cual se encargaba de preparar los panes que mi abuelo siempre nos compraba…
La razón por la que nunca entré a esta panadería fue porque tenían una camioneta que se estacionaba cada cuadra para que las personas se acercaran a comprar pan, me acuerdo que cuando era niña, mi abuelo ya tenía calculada al hora en la que la camioneta estaría a la vuelta de su casa, cuando llegaba la hora solo se escuchaba la voz de mi abuelo diciendo: «van a querer pan? acompañenme para que lo escojan», mis hermanas y yo dejábamos de hacer lo que estuviéramos haciendo y corriamos a la puerta.
Cuando llegabamos a la camioneta los señores abrían la cajuela y ahí estaban todas las charolas de pan, mi hermana Sinaí siempre pedía un pan que parecía un barquillo de nieve, mi hermana Nalleli elegía una dona de chocolate y yo una orejita, los panes nunca llegaban a la casa, porque aunque mi abuelo vivía a una cuadra de donde se estacionaba la camioneta del pan, siempre se quedaba platicando y daba tiempo a que nos comiéramos nuestros panes.
A veces aún pasamos por donde vivía mi abuelo y la camioneta sigue pasando por ahí, nos detenemos y compramos un pan, los señores de la panedería aún se acuerdan de mi abuelo y preguntan por él.

Cada que acudo a comprar el riquísimo pan que venden aquí, la nuera de los fundadores de esta panadería me cuenta un poco de la historia; dice que hace casi 60 años el Señor Clemente Montes inició la venta de donas, poco tiempo después cae enfermo y su esposa la señora Dionicia Valdéz (QEPD) continúa con la elaboración y venta de pan, primero para poder alimentar a sus 16 hijos y en segundo lugar para hacerse llegar recursos económicos.
En la actualidad varios de los hijos y nietos de esta pareja continúan la tradición del pan. Además, ya se han modernizado, pues ofrecen para fiestas (sobre pedido): canapés, cuernitos, riel de picadillo, buñuelos y pasteles de técnica fondant.

Les recomiendo los picones o semitas, también el payaso o las cochitas.
Tip: en época de frío siempre abren los domingos.