Hay comercios que van más allá de su nombre, lo sobrepasan. Cuando tú entras en una carnicería, lo que esperas encontrar es carne, lógicamente. De todas clases y animales: cerdo, ternera, pollo, cordero… carnes todas al fin y al cabo. Tampoco te sorprende encontrar chacinas y embutidos, o incluso quesos. Vale, oquei, los admitimos como productos de carnicería. Pero lo de la Rosarito es querer rizar el rizo. O, más bien, querer sacar todo el provecho posible a una esquina privilegiada. Y en su derecho está, eh, y muy bien que hace. Aquí encontrarás carnes, chacinas, embutidos, quesos y, además, todo lo propio de las tiendas de desavío, desde pan y patatas fritas, a refrescos y cervezas, pasando por huevos y leches, y yogures y dulces y aceites, y terminando con un de todo un poco más sin fin. Vamos, que lo de carnicería es por ponerle un nombre, algo había que poner, y tal. Eso sí. Hay que dar al césar lo que es del césar. El carnicero es simpático, siempre atento, con su delantal impecablemente blanco, los productos muy bien presentados, y siempre, siempre, siempre con buenas y variadas y constantes ofertas en carnes, que expone en cuatro o cinco llamativas pizarras en la calle, las cuales te hacen entrar y, ya que estás dentro, pues picas de todo lo que tengas que picar, que para eso está.