En mi búsqueda incesante para que alguien me arreglara la cremallera de mi querida y amada chupa de cuero me topé con esta tienda. Lo cierto es que pensé en que sería mi salvación(después de recorrerme la mitad de la ciudad dando vueltas y recibiendo tan sólo negativas). Fui a entrar y primera barrera. La puerta cerrada a cal y canto y un cartel que ponía «llamen al timbre». Después de cumplir órdenes y esperar(cosa que no nos gusta a nadie en este país), me abre una señora muy amable. Me invita a pasar a su tienda(menos mal), y me pregunta que qué me hacía falta. Después de revisar mi chaqueta durante largo y tendido, mirarme a la cara un par de veces, me da su veredicto final. — Aquí te la puedo arreglar. — ¿Y por cuanto me saldría? — Por 68 euros — ¿Qué? Poco más y me caigo«pá trás». Una chaqueta que ni si quiera había costado eso(la compré hace tiempo en una tienda de segunda mano, y de lo que ella no tiene culpa). Le di las explicaciones oportunas y salí de allí corriendo. Al tiempo conseguí que me la arreglaran por 8 euros. Y yo me pregunto ¿cómo valora la gente su trabajo?, es decir ¿en qué pensaba esa mujer cuando hizo el cálculo de lo que debía pedirme por ese arreglo? Entiendo que ella sea un diseñadora, eso me quiso dar a entender, y que sea la mejor en trabajar el cuero en esta santa ciudad, pero si pones un cartel en el que está escrito«se hacen arreglos», lo que no puede hacer es que en aquellas cosas que no te apetecen hacer, y que no son precisamente diseñar una prenda, pedir una cantidad astronómica para que el cliente se vaya por donde ha venido con una cara a modo de poema. Podía haber dejado solucionado el asunto con un «no hago este tipo de trabajos», como ya me dijeron alguno que otros. En fin, tendrá de lo mejor de lo mejor en cuero, y será una artista en el tratamiento de la piel, pero por favor, quita el cartel de «se hacen arreglos».