Manirva

Tengo tres hermanas más pequeñas que yo, a las que saco 3, 6 y 12 años. Y mi madre cuando éramos pequeñas era fan de conjuntarnos (a las tres primeras, claro, la peque llegó mucho después por suerte para mi). Así que imaginemos que yo ya tengo 10 años pero tengo que seguir vistiendo como un bebé de 2. Así de cruda fue mi infancia, con sus coleteros de bolitas con muelles, sus vestiditos con cuello bebé y por supuesto de color rosa.
Con esta perspectiva es normal que la primera vez que me compraron «ropa de persona mayor» yo estuviera contentísima. Bueno, pues fue en Manirva. En aquel momento todo lo que tenían me parecía maravilloso, un universo entero por explorar. Además por entonces era el típico comercio de barrio de «niña, apártame eso que luego vengo a recogerlo» e incluso de «fiar» a las buenas clientas. Me recuerdo a mi misma revoloteando por toda la tienda y a la dependienta que me iba cogiendo conjuntos que se adaptaran a mi corta edad. Al salir con ellos puestos del probador me sentía toda una mujer… Ni que decir tiene que lo que me llevé finalmente era de señora mayor y además carísimo.
Y es que, claro, las expectativas y el paso del tiempo cambian la percepción de la persona. Hoy en día cuando paso únicamente veo una tienda de barrio para señoras mayores, con ropa de señoras mayores y precio de señora mayor… vamos, caro. Pero como la nostalgia es algo muy raro también esbozo una sonrisa cuando entro simplemente a echar un vistazo al recinto en el que una vez tuve tanta ilusión.