Madera y Mimbre

Me pasa una cosa rara con Madera y Mimbre, las cosas que tienen me llaman siempre mucho la atención pero me da rabia. Porque, a ver, cuando uno pasa por delante de una tienda de muebles carísimos pues se nota que son carísimos y ni te planteas entrar. De hecho me suelen parecer demasiado ostentosos aunque sean minimalistas. No los pondría ni aún teniendo el dinero creo yo. Pero pasas por delante de Madera y Mimbre y entre el nombre que es campechano y el escaparate te dices «vaya, esto seguramente esté a mi alcance». ¡Error! Es una tienda de muebles caros disfrazados de muebles bonitos. Y ese tipo de camuflajes hacen que después de entrar y mirar unas cuantas etiquetas me vaya a casa triste porque no me puedo permitir unos muebles que realmente me gustaría tener.
Pero, de vez en cuando, lo compenso llevándome algún detalle decorativo para la casa. También me gusta el olor a mimbre, porque al ser tan característico inunda toda la tienda aunque ésta haga poco honor a su nombre: apenas hay muebles de este material. En definitiva, la recomiendo para los vecinos de Pagés del Corro con cartera abultada y buen gusto. No apta para bolsillos tiesos.

Volviendo precisamente del Bingo estábamos. Listas para ir a un museo, claro.
-¿Dónde hemos dejado el coche? –pregunto, porque hubiera jurado que estaba en Pagés del Corro, más o menos…
Tras mi pregunta, carcajada general. Las miro. A las seis. Tienen que estar quedádose conmigo, pienso. Tienen que saber dónde he dejado el coche.
-¿No estaba aquí? –insisto, pensando en que Dios no quiera que lo haya dejado encima de un paso de cebra y a la Policía Local le haya dado por darse una vuelta por Triana.
Nueva carcajada general. Bueno, pues la verdad es que es gracioso no saber dónde has dejado una máquina de dos metros de largo. Pero, joder, no puedo ir a mi casa y explicarle a mi padre simplemente que el coche no está… No puedo, ¿no?
Andando, mirando desesperada para todos los lados, con la llave en la mano, dándole al botón de abrir a ver si veo el Civic, me encuentro Madera y Mimbre.
–Ahí seguro que no está el coche –me aclara Rosa.
–Bien. Dentro de una tienda cerrada, SEGURO que no lo he dejado.
Otra carcajada general. Ya no sé si se ríen conmigo o de mí. Probablemente lo segundo. Me acerco al escaparate. Y veo un espejo. Largo, con forma de lágrima, y un brocado. El espejo de Blancanieves, pienso. Es igualito al que yo pintaría –si supiera pintar– en el caso de que tuviera que hacerlo –si fuera creadora artística de Disney-​.
–Espejito, espejito, ¿dónde coño está mi coche?
-«Quilla», en un espejo tampoco va a estar –habla María, usando el tono de «esta niña es tonta»
De nuevo, la carcajada. Corroboro que se ríen de mí… Y yo no sé si es el alcohol o realmente que el dichoso espejo tiene magia. Pero me lo refleja. Ahí, justo en la acera de enfrente, en ángulo oblicuo al espejo.
–Ah, ¿no? –tiro de su manga y la obligo a que mire. Le señalo el espejo y se queda boquiabierta. Las demás la siguen, en una absoluta fila de silencio.
Desde entonces, cada vez que se nos pierde el coche pensamos seriamente en comprar entre todas el espejo de Madera y Mimbre. Aunque, claro está, una vez Ángeles preguntó que dónde estaba su novio y le reflejó a un yonki de la calle. El espejo no promete que encuentres justo lo que esperas. Sólo es un visionario. Nada más.

Madera y Mimbre era una tiendecita pequeñita de la calle Pagés del Corro donde mi familia compraba, pues eso, cosas de madera y mimbre. Me gusta mucho el olor de estos dos materiales así que allí, con tanta cantidad y combinados, había un aroma que me dejaba hasta relajada… Podías encontrar muebles en bruto, sobre los que tú elegías el color y el acabado final…
Pero este negoció creció y apareció el Madera y Mimbre grande que ahora tenemos en la calle Pagés del Corro. Todo nuevo, amplio, cargado de muebles y detalles de muy buen gusto, por los que uno está deseando entrar independientemente de que tenga algo que comprar o no.
Si pasas por esta calle fíjate aunque sea en el escaparate, seguro que encuentras motivos mejores que los míos para darte un garbeo, comprobar los artículos que venden e irte a casa con más en la bolsa y menos en la tarjeta… ¿No has querido tener siempre una mecedora de mimbre? ¡Yo sí! Y aquí las hay preciosas…