El Ronquillo

Anda que no he parado veces en este bar. Cuando mi compañero José Ángel cambió por enésima vez de piso durante la carrera (este cambio ya fue en el último año) se trasladó a la plaza de la Virgen de la Amargura. El Ronquillo estaba justo debajo de su casa, y se convirtió en un habitual de nuestras cenas.
Hemos estado mil veces, pero lo que más recuerdo son dos partidos de fútbol. El primero, la goleada del Barcelona al Madrid en el Bernabéu. Porque mi amigo, madridista él como es, bajó de su casa en chándal y babuchas (del Madrid, por supuesto), con el bar a reventar de gente. Por suerte, aunque éramos un grupo amplio, habíamos llegado a buena hora y teníamos mesa en la que sentarnos. Los camareros, aunque tenían un trajín bestial, no desatendían ni un momento lo que necesitásemos (además de tener perfectamente controlado todo lo que pedíamos de comer, para no liarnos a la hora de pagar). Mi amigo acabó muy cabreado, porque al resto, el Madrid y el Barça ni nos van ni nos vienen, y nos cachondeamos bastante del resultado.
El otro partido que recuerdo con especial cariño, no recuerdo ni cuál fue. Sé que jugaba el Betis, pero no contra quién, ni cómo quedó. Pero sí que recuerdo que, allí sentado con un amigo, con poca gente en las mesas, comentamos los lances del partido mientras dábamos buena cuenta de un serranito cada uno, como si se tratase de uno más de nosotros, con el actor Antonio Dechent (que nos invitó a una cerveza, se ve que le caímos bien), habitual del bar a la hora del café o cuando hay fútbol. Y la verdad que es un hombre la mar de simpático.
Tengo mil anécdotas de este bar durante el tiempo que mi amigo estuvo allí viviendo. Tantas que los recuerdos se mezclan unos con otros. Pero son todos buenos recuerdos de un sitio que merece la pena. Y es que además de pasar un buen rato, la relación entre calidad y precio es estupenda. Una pena que mi compañero se volviese a trasladar cuando acabó la carrera.

Este sitio me trae tantos recuerdos que no sé por dónde empezar.
Hubo un tiempo en que comía aquí más que en mi casa. Sobre todo en época de exámenes en las que las neveras de los pisos de estudiantes tiritan, y no de frío.
Empezamos por ir un día mis compañeras de piso y yo, con unos vecinos que teníamos, a ver el fútbol. Luego, cuando teníamos ganas de que nos diera el aire, íbamos a comernos un serranito. Luego, me dio a mi por ir con un novio que tenía, en fin… ya os digo que he pasado en este bar muuuucho tiempo.
Lo regenta Grego (de hecho también se conoce como «Casa Grego») que es un tipo muy serio de los de humor «padentro». No se para en demasía a charlar con la clientela, no es un tipo que vaya por ahí sonriendo, pero tiene to el encanto.
Todo lo serio que parece, lo tiene de buena gente. Nosotros llegábamos y nos ponía lo que sabía que bebíamos sin preguntar. Se hartaba de reir él solo por lo bajini cuando mis amigos me regañaban por pedirme siempre serranitos. Y estaba todo el tiempo pendiente (a su manera) de lo que pudiéramos necesitar.
Encima, todo lo que allí sirven está bastante bueno, bastante barato y en un ambiente raro pero familiar. Vamos, que siempre hay algún personaje bastante conocido por allí jugando a una máquina tragaperras con una bolsa de la que va cogiendo y soltando monedas y que el Grego le guarda tras la barra. Hay también, muchos días, una señora de unos 50 años que solía darnos bastante pena porque siempre comía sola. Unos abueletes en la barra discutiendo de fútbol o del gobierno. Y algunas parejas con niños que bajaban a tomarse una tapa.
También tienen un maravilloso hilo musical del que yo soy fan. Se trata de un segundo piso anexo a una de las puertas del bar que siempre tiene la música SUPER alta y se escucha en toda la calle. Pero lo mismo te pone The Beatles, que Boby Darin, que flamenco, que Los Pecos. Es genial.
Lo único que nos enfadaba del bar, es que de vez en cuando, íbamos todos ilusionados a comer allí y nos lo encontrábamos cerrado. Luego le protestábamos al Grego, pero nos decía que era el día de descanso. Nunca acertábamos, pero bueno, así es más emocionante.
Ahora ya no me pilla tan cerca y no voy tanto. Pero estoy segura de que por mucho tiempo que pase, el día que vaya y me vuelva a sentar allí, el Grego me pone una Coca-​Cola y da la orden de un serranito en la cocina sin preguntar.