Calentería de la Alfalfa

Antoñito regenta la calentería de la Alfalfa. Sí, calentería, porque en mi barrio a Dios gracias se le sigue llamando así. Yo soy más de los de la Macarena, ya lo sabéis, pero este puesto es sin duda el más cercano a casa y por ello el que más frecuento. Los calentitos están buenos, solo tienen un fallo: la cantidad, aún al mismo coste, crece o decrece según temporadas o visitas más o menos esporádicas.
Por este diminuto local parece no pasar el tiempo. De niño recuerdo al padre de Antonio friendo churros y a una chica que se parecía a Ana Belén –sería su hermana, supongo– despachando. Me llamaban la atención el enorme perol, el humo y un azulejo del Señor de Pasión. Como en todos los negocios de este tipo cuando hay confianza, siempre me daban un trocito de lo que había en la bandeja para ir haciendo cuerpo a lo que venía. Tanto en aquellos tiempos como ahora, lo habitual es comer los calentitos en casa, pero en el cercano Bar Manolo o en el Gran Tino no hay problema alguno en llevarlos. Si me quedo en la calle, siempre opto por el primero.
A mediodía pasa de calentería a pollería. Alguna vez he probado los pollos asados y la verdad es que no están mal, si bien no repito con frecuencia porque no son algo que me apasione. No faltan las tradicionales papas fritas, que como en este tipo de lugares están en muy poquitas partes. Un negocio completo, la Alfalfa lo guarde muchos años.