Yo soy un fan del buen comer(y del buen beber), y creo que en este sentido no soy sospechoso de nada. Es por eso que me sigue sorprendiendo, a día de hoy, que este sitio al que guardo bastante cariño(está en el pueblo en el que he vivido casi toda mi vida y donde siguen viviendo mis padres) sirva unas comidas tan ricas, por un precio tan bueno y –sin embargo– la fastidie poniendo un vino de menú que sabe a rayos y truenos y que te ves obligado a mezclar con un poco de gaseosa para que pase por el gaznate. No me preguntéis de dónde viene la tradición, pero el día de Reyes mi padre siempre reserva para que toda la comida coma aquí. Somos ciento y la madre, así que armamos un buen escándalo cuando llegamos. El plato estrella(somos todos bastante glotones) suele ser un chuletón de buey que ronda los veinte euros y que está tan delicioso que se te saltan las lágrimas cuando lo comes. Pero también tienen un menú por dieciocho euros muy decente, con un primero de categoría y un segundo muy elaborado(entrecôtte, lubina…) que no desmerece para nada. El problema viene cuando pides el menú, que viene con vino de la casa, y yo siempre cometo el mismo error de querer bebérmelo solo y al final resulta que es intragable totalmente. No se lleva, precisamente, una quinta estrella por eso: estás en un pueblo, y estás cobrando por un menú(de mucha calidad y todo lo que tú quieras, pero menú al fin y al cabo) un precio bastante más elevado que el de tu competencia. ¿Se puede saber a cuento de qué pones un vino tan malucho? Menos ma que luego tiene postres tan deliciosos como la cuajada casera que harán que se te pasen todas las penas habidas y por haber.