Qué cosa más absurda, verdad. Una tienda de cajas. Si me preguntan cuál es el último establecimiento que montaría para ganarme la vida lo tendría clarísimo: a quién narices se le ocurre montar una tienda en que lo único que venden son cajas, bolsas y lacitos de regalo. Les digo esto mientras pienso en lo que le he comprado por su santo a mi tía Angelines, una entrada para el Lago de los Cisnes interpretada por enanos. Qué ilusión más grande le va hacer. El caso es que dársela, así, en mano, es un poco frío, muy poco vistoso. Al fin y al cabo no es más que una entrada, un ticket, en la que solo hay letras y el logo de Servicaixa. Necesitaría un envoltorio más elegante, más señor. Necesitaría, qué sé yo, una caja, una bolsa, un lacito de regalo.