La Farigola

Bar-​restaurante que frecuentaba en mis años universitarios. Quedaba aquí con mis compañeras para hacer trabajos, ya fuera a la hora del desayuno, de la comida, o a media tarde. Escogíamos este sitio por COMODIDAD: siempre hay sitio para aparcar, ¡se podía fumar!, y además nadie nos miraba raro por tener los portátiles y un montón de hojas encima de la mesa. Después de tantos años, ayer regresé :)
Recordaba que los bocadillos estaban muy buenos, y que los mejores eran el de tortilla y el de bacon-​queso. Esta vez me decanté por el segundo. La verdad es que seguía estando tan bueno como siempre: pan con tomate crujiente y bacon del que a mí me gusta, con un corte fino, hecho a su punto y con trozos de carne (en algunos sitios absolutamente todo el bacon es grasa). Para ser medio bocata el tamaño está muy bien, os he colgado foto. Nada caro para la zona en la que se encuentra este bar (2,30 euros). Las croquetas de jamón ibérico también están buenas y van a 0,90 euros la unidad. Otras tapas que recuerdo que estaban bien eran las bravas y los choricitos.
Hacen tortillas de varios tipos: de patata, queso, espinacas, chorizo, jamón país, jamón york, atún, ajos tiernos y espárragos verdes. No se cómo las harán ahora pero hace unos años estaban muy buenas :)
A parte, tienen un surtido de sándwiches de tres pisos para los amantes de esta modalidad (que no he probado) así como platos combinados, ensaladas y pizzas (la pizza individual cuesta sólo 6,50 euros aunque tendríamos que ver el tamaño).
Ahora que ya no podemos fumar dentro tenemos la opción de sentarnos en la terraza, que dispone de toldos para cuando cae el sol.
Me he pasado tantas horas en este local y en una etapa tan bonita de mi vida que le tengo un cariño especial :) pero tampoco creo que se merezca 4 estrellas, francamente creo que es un «OK» o un «está bien».

Es un bar en el que pasar la adolescencia y quedar con los amigos para explicar las primeras novias, el carné de conducir, el ingreso a la Universidad, los primeros suspensos de la carrera y todo lo demás. Más adelante el bar se queda pequeño, y uno debe volar para conocer mundo. A partir de entonces difícilmente se produce un regreso, más que nada porque uno compara y se da cuenta del tiempo que ha perdido entre esas cuatro paredes. Es bien curioso porque visto con perspectiva resulta un bar de lo más anodino, y ahora mismo no sabría encontrarle una sola virtud. El servicio es espantoso, el precio más bien elevado, y nunca hubo nada de lo que probé que destacara, en un sentido positivo, lo más mínimo. Pero el corazón no es el órgano de la crítica y el juicio, de manera que no entiende de restauración o más bien le trae sin cuidado, y en aquella época en la que uno vive permanentemente enamorado, aquel lugar cumplía todos los requisitos para albergar nuestras confesiones.