Ferreteria Bruc

La primera vez que fui a la Ferretería Bruc, fue para comprar un adaptador de corriente. En realidad no sé cómo se llaman esas cosas, pero es el típico bicho de plástico que va de gordo a fino en el cable que quieres enchufar a la pared. Así mismo se lo expliqué a la amable viejecita de la tienda y rápidamente me dio 19 o 20 opciones diferentes.
La tienda es pequeña, estrecha y guarda ese típico misterio que rodea a las ferreterías… esa pared mágica que levantando un hilo de cobre o algo así, se abre una compuerta que da a una sala de 1.500m2.
Nadie sabe cómo ni por qué, pero esa gente ya te vende una bombilla como una escalera de 5 metros que guardan en el mismo lugar misterioso.
Lo malo, es que cuando te quieres dar cuenta, ya te han endosado cosas que no sabías que necesitaras, ¡pero que en realidad necesitas! El propietario de la tienda es un señor mayor con gafas y pelos en la nariz… no dentro, sino ENCIMA de la nariz. Es gracioso a la par que antiestético. Esta curiosa familia tiene dos perros, que seguramente viven en la sala misteriosa y una hija la mar de maja que es un premio Nobel de física. Tú le preguntas cómo hacer un empalme y ni corta ni perezosa te suelta cuatro palabrejas del gremio que te dejan muerta pa siempre.
La ferretería Bruc sobrevive gracias a la costumbre. No es que tengan nada extraordinario o que de repente sean un IKEA del mundo ferreteril, pero simplemente tienen de todo y eso hace que la gente vuelva.
Ahora, os digo una cosa… No le pidáis a la señora un gamusino porque quizá suelta a los perros de la sala misteriosa.