Las uñas de mis pies estaban amarillas, como si me hubiera pasado toda una vida fumando, sosteniendo mis cigarrillos con los pies. Sí pasó un rato hasta que decidí ofrendar mi lana a un podólogo. Guácala. ¿Quién decide destinar sus manos al servicio de los pies? Lo mismo me pregunto con los dentistas. En fin…