Yo nunca he sido una persona de karaōke porque lo mío son el libro y la mantita; aún así, en Londres estuve en uno de esos privados que regentan las mafias orientales, a lo Lost in Translation, y moló mucho. Qué jóvenes éramos hace un lustro.Pero este, por contra, ni puñetera gracia: un cubo frío y desolador…