Cuando entro, me saludan con un Masster!, las verduras acomodadas sin pensar en el degrade de colores, pero con una lista de precios dibujadas a tiza con pizarras de poco tamaño, cerca de la entrada en el local tiene aire y con un televisor, que puede estar sintonizado con un partido de futbol o un tema de caporales, una danza original de Bolivia. La visita dura poco, entre un «que mas» y se puede colar un pequeño chiste sobre las suegra, que es un idioma Latinoamérica, donde muestran la unión y la forma de trabajo como bandera, y la familia como sentido del hombre. Todos trabajan, menos los niños, que aparecen debes en cuando para saludar con su voz traída de una película doblada al español neutro. Sin duda, cuando te vas lleno de verduras, se cierra la puerta con una vidriera rebatible. Y a la noche se retiran todas las pilas de cajas. Y cierran, apagan la luz y vuelven al otro día.